Los perfiles religiosos y formativos de los cofrades actuales conforman un panorama realmente complejo, que varía de unos lugares a otros. La capacidad de atracción global de las cofradías es enorme, aunque una observación profunda nos muestra que la cultura cofrade cristiana es en muchos casos fragmentaria y llena de contradicciones y desviaciones. Una característica que se puede observar a simple vista es la de la estratificación, diferentes grupos de personas que no pueden ser tratados del mismo modo formativamente hablando, ya que el incluir a unas automáticamente puede desechar a las otras.
Desde el Magisterio de la Iglesia se llama frecuentemente a la necesidad de una formación adecuada: “Para que los laicos puedan desempeñar adecuadamente y con celo sostenido esta misión, necesaria e ineludible hoy más que nunca, tenemos que ofrecerles instrumentos de formación de su ser cristiano y de su vocación peculiar.. Hay que reconocer a los laicos el derecho que tienen a recibir formación en la Iglesia. Ellos a su vez tienen la responsabilidad de esforzarse por formarse más y mejor con la ayuda de los pastores y con los medios con que cuenta la comunidad cristiana a este respecto” o también “Todos ellos (asociaciones, movimientos y agrupaciones de fieles) alcanzarán tanto mejor sus objetivos propios y servirán tanto mejor a la Iglesia, cuanto más importante sea el espacio que dediquen en su organización interna y en su método de acción, a una seria formación religiosa de sus miembros. En este sentido, toda asociación de fieles en la Iglesia debe ser, por definición, educadora de la fe”, la formación es además un derecho que está reconocido en el Derecho Canónico.
Esta formación se hace siempre en nombre de la Iglesia cuando: “caemos en la cuenta de la naturaleza esencialmente eclesial de nuestra fe personal, desarrollando el conocimiento y la estima de la Iglesia como fuente y matriz permanente de la fe, por medio de ella nos llega la asistencia de Dios... De ahí que hay una inseparable unión de predicación auténtica del Evangelio y la incorporación real de los cristianos a la Iglesia histórica de Jesucristo”.
La realidad a la que nos enfrentamos es de todos conocida: secularización, alejamiento de los sacramentos, aversión a todo lo que signifique un orden establecido y por ende a las estructuras de la Iglesia, desconocimiento de la fe, etc. Para esta realidad hemos de superar esta formación deficiente en la dimensión misionera que se nos ha encomendado, debido en parte a la escasez de agentes para la misión. Así, podremos cumplir con el objetivo de la “atención prioritaria a la atención básica y permanente de los fieles cristianos de las Hermandades y Cofradías”, a la que también hace referencia la Conferencia Episcopal cuando dice que “deseamos hacer una nueva invitación en favor de una pastoral evangelizadora más acuciante, que asuma entre sus prioridades la Iniciación cristiana...”. Se hace necesaria en resumen “una segunda evangelización que suponga la evangelización de los alejados, la reevangelización de los cristianos, la cercanía a los que se están alejando y una auténtica iniciación cristiana”.
Pero hay que tener en cuenta que, para las hermandades, la faceta misionera es bastante novedosa, acostumbradas durante siglos a dar culto público a sus titulares, ejercer labores de ayuda comunitaria y caridad a los necesitados. Todo ello sin olvidar sin embargo que las hermandades han tenido y tienen campos de evangelización en los que han sido pioneras, tales como el de la palabra (las hermandades se logran acercar al pueblo de Dios más de lo que pueden hacer el resto de grupos eclesiales), la caridad (las hermandades probablemente han sido las primeras ONGs de la historia), la imagen (debido a la fuerte atracción que ejercen estas sobre las personas especialmente el día de la salida procesional), o la cultura (como parte que forman de las tradiciones de nuestro pueblo).
Francisco Espinosa de los Monteros
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